miércoles, 20 de febrero de 2013

LA ESPERA.



Me he despertado hoy rememorando lo sucedido anoche. Pensé que, como siempre, la espera no iba a valer la pena. Siempre he sido de naturaleza pesimista, a decir verdad. Pero todos y cada unos de mis pensamientos negativos, fueron derrocados por la absoluta certeza de la realidad. Que colmó todas mis expectativas.

Llegué al restaurante 15 minutos antes de la hora. No podía aguantar las ganas de verle. Me senté en la barra a esperar. Por mi estómago revoloteaban, caprichosas y a su antojo, millones de mariposas. Bebí dos copas de vino. Para templar los nervios. Todo un año de relación a distancia. Lagrimas, risas, sexo todo condensado en horas y horas de charlas por la red.  Casi sin darnos cuentas encajábamos perfectamente el uno en el otro. Era como mirarse en un espejo. Y eso me aterrorizaba. Porque quedaban expuestos todos mis secretos más íntimos e inconfesables. Brotaban de mi boca sin forzarlos. Y él reconocía sentir lo mismo.

Llegó puntual e impecablemente vestido. El restaurante no era de lujo, pero exigía un poco de etiqueta. Parecía haberme leído el pensamiento. Porque mi vestido granate de finos tiros y sandalias a juego encajaban perfectamente con su camisa. Venía sin corbata con algunos botones desabrochados. Una explosión sensual estalló entre mis piernas al ver como el pelo de su pecho se escapaba por el cuello de la camisa.  Me sonrió en cuanto me vio y se acercó a buscarme. Se disculpó y todo lo solucionó con un tierno y casto beso junto a la comisura de mi boca. Quedé sin aliento.

Nos acompañaron a un reservado y su mano permaneció apoyada en mi espalda todo el trayecto hasta la mesa. Me sentí desamparada cuando la quitó para acercarme la silla y ayudar a sentarme. Mis manos no paraban de un lado a otro. Gesticulando, exageradamente, mis comentarios. No podía parar de hablar, mientras él me observaba pícaro sonriendo. Pero... ¡demonios!- pensé- por qué no estas nervioso.

Nos sirvieron el vino y pedimos la cena de un tirón, coincidiendo, asombrosamente en el menú. Reímos mas relajados mientras se alejaba el camarero. Fue entonces cuando se quedó seriamente mirándome. Y me hizo la pregunta que yo más temía:

-         Y bien, ¿defraudada?. ¿Soy lo que esperabas en persona?

Mi corazón iba a mil por horas y las palabras no acudían a mi garganta. Bebí un trago de vino y, sacando de su escondite mi desaparecido valor le respondí:

-         Eres tal y como había soñado... digo... imaginado.

Sonrió y de repente se levantó de su silla. Se acercó a mi lado de la mesa y agarrándome de la barbilla me plantó un beso. Para a continuación susurrarme-.

-         Tu eres preciosa. Mas incluso que en mis fantasías más calientes.



A esas alturas, permanecí inmóvil, con los ojos cerrados tratando de respirar entrecortadamente... Se levantó y alejándose acarició mi cuello.

Durante la cena todo fueron miradas, guiños y algún que otro roce bajo la mesa.  En un momento dado, necesité recomponerme en el baño. Me disculpé y temblando como un flan, me dirigía los servicios tratando de mantenerme erguida. Todo me daba vueltas. Quizás el vino, sus palabras, sus caricias. Pero el aire no llegaba a mis pulmones con normalidad. Hiperventilando me senté en la taza del baño. Cerré la puerta y me escondí durante un rato. Buscando la manera de calmarme.

-         Está ocupado- alguien golpeaba insistentemente a mi puerta.

Por favor, he dicho que está ocupado. Salgo en seguida.

Cansada de la insistencia abrí de golpe para encararme con la mal educada que estaba al otro lado de la puerta. Y cuando iban a comenzar a salir de mi boca toda clase de improperios fue su cara con la que me topé. Me empujó dentro del habitáculo otra vez y cerró la puerta tras de si. Atrapándome entre sus brazos apoyados en la pared. Estaba jadeando y me olía como si fuera parte del menú de la cena y estuviera a punto de devorarme. Comenzó a subirme la falda, a susurrarme al oido. No le entendía nada, pero ni falta que me hacía. Me bajó las bragas, lentamente y mientras me besaba desabrochó sus pantalones. Entonces recordé una fantasía que entre vino y comida china, le había confesado una noche charlando por teléfono. Montármelo con un desconocido en los lavabos de un restaurante de lujo. Y voilá. Se estaba cumpliendo. Se sentó sobre la tapa del water. Me atrajo hacia su erección. Y mirándome a los ojos comenzó a introducir su miembro, lentamente. Yo intentaba cerrar los ojos, pero me agarraba la cara y me obligaba a mirarle y comenzó a moverse. Con su boca pegada a la mía, jadeando y llevando un ritmo lento y cadente. Me obligaba a cabalgarle agarrando mi trasero. Guiándome en una danza tremendamente sensual. Perdí el control y el contacto con la realidad. Me arqueaba y agarraba a la puerta y seguía moviéndome. Y suavemente llegó el orgasmo. Que se alargó tanto que perdí la noción del tiempo. Era como si hubiera estado soñando. Viéndome aturdida, aún, me levantó, me vistió y me sacó del baño, a toda prisa, mientras un par de señoras nos miraban escandalizadas junto al secador de manos.  

Al llegar a la mesa, estaba la cuenta. Pagó mientras yo permanecía de pie, alucinada. En volandas me empujó hasta su coche. Subimos a su habitación en el hotel, bajo la inquisidora mirada de un viejo recepcionista.  Y al llegar a la habitación me lanzó al suelo, rodamos y ya nos perdimos durante horas, el uno en el otro.

Se ha marchado a por el desayuno. Espero que vuelva. Si. Lo espero. Llevaba toda la vida esperándolo.

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