Me he
despertado hoy rememorando lo sucedido anoche. Pensé que, como siempre, la
espera no iba a valer la pena. Siempre he sido de naturaleza pesimista, a decir
verdad. Pero todos y cada unos de mis pensamientos negativos, fueron derrocados
por la absoluta certeza de la realidad. Que colmó todas mis expectativas.
Llegué
al restaurante 15 minutos antes de la hora. No podía aguantar las ganas de
verle. Me senté en la barra a esperar. Por mi estómago revoloteaban,
caprichosas y a su antojo, millones de mariposas. Bebí dos copas de vino. Para
templar los nervios. Todo un año de relación a distancia. Lagrimas, risas, sexo
todo condensado en horas y horas de charlas por la red. Casi sin darnos cuentas encajábamos
perfectamente el uno en el otro. Era como mirarse en un espejo. Y eso me
aterrorizaba. Porque quedaban expuestos todos mis secretos más íntimos e
inconfesables. Brotaban de mi boca sin forzarlos. Y él reconocía sentir lo
mismo.
Llegó
puntual e impecablemente vestido. El restaurante no era de lujo, pero exigía un
poco de etiqueta. Parecía haberme leído el pensamiento. Porque mi vestido
granate de finos tiros y sandalias a juego encajaban perfectamente con su
camisa. Venía sin corbata con algunos botones desabrochados. Una explosión
sensual estalló entre mis piernas al ver como el pelo de su pecho se escapaba
por el cuello de la camisa. Me sonrió
en cuanto me vio y se acercó a buscarme. Se disculpó y todo lo solucionó con un
tierno y casto beso junto a la comisura de mi boca. Quedé sin aliento.
Nos
acompañaron a un reservado y su mano permaneció apoyada en mi espalda todo el
trayecto hasta la mesa. Me sentí desamparada cuando la quitó para acercarme la
silla y ayudar a sentarme. Mis manos no paraban de un lado a otro.
Gesticulando, exageradamente, mis comentarios. No podía parar de hablar,
mientras él me observaba pícaro sonriendo. Pero... ¡demonios!- pensé- por qué
no estas nervioso.
Nos
sirvieron el vino y pedimos la cena de un tirón, coincidiendo, asombrosamente
en el menú. Reímos mas relajados mientras se alejaba el camarero. Fue entonces
cuando se quedó seriamente mirándome. Y me hizo la pregunta que yo más temía:
-
Y
bien, ¿defraudada?. ¿Soy lo que esperabas en persona?
Mi
corazón iba a mil por horas y las palabras no acudían a mi garganta. Bebí un
trago de vino y, sacando de su escondite mi desaparecido valor le respondí:
-
Eres
tal y como había soñado... digo... imaginado.
Sonrió
y de repente se levantó de su silla. Se acercó a mi lado de la mesa y
agarrándome de la barbilla me plantó un beso. Para a continuación susurrarme-.
-
Tu
eres preciosa. Mas incluso que en mis fantasías más calientes.
A esas
alturas, permanecí inmóvil, con los ojos cerrados tratando de respirar
entrecortadamente... Se levantó y alejándose acarició mi cuello.
Durante
la cena todo fueron miradas, guiños y algún que otro roce bajo la mesa. En un momento dado, necesité recomponerme en
el baño. Me disculpé y temblando como un flan, me dirigía los servicios
tratando de mantenerme erguida. Todo me daba vueltas. Quizás el vino, sus
palabras, sus caricias. Pero el aire no llegaba a mis pulmones con normalidad.
Hiperventilando me senté en la taza del baño. Cerré la puerta y me escondí
durante un rato. Buscando la manera de calmarme.
-
Está
ocupado- alguien golpeaba insistentemente a mi puerta.
Por
favor, he dicho que está ocupado. Salgo en seguida.
Cansada
de la insistencia abrí de golpe para encararme con la mal educada que estaba al
otro lado de la puerta. Y cuando iban a comenzar a salir de mi boca toda clase
de improperios fue su cara con la que me topé. Me empujó dentro del habitáculo
otra vez y cerró la puerta tras de si. Atrapándome entre sus brazos apoyados en
la pared. Estaba jadeando y me olía como si fuera parte del menú de la cena y
estuviera a punto de devorarme. Comenzó a subirme la falda, a susurrarme al
oido. No le entendía nada, pero ni falta que me hacía. Me bajó las bragas,
lentamente y mientras me besaba desabrochó sus pantalones. Entonces recordé una
fantasía que entre vino y comida china, le había confesado una noche charlando
por teléfono. Montármelo con un desconocido en los lavabos de un restaurante de lujo.
Y voilá. Se estaba cumpliendo. Se sentó sobre la tapa del water. Me atrajo
hacia su erección. Y mirándome a los ojos comenzó a introducir su miembro,
lentamente. Yo intentaba cerrar los ojos, pero me agarraba la cara y me
obligaba a mirarle y comenzó a moverse. Con su boca pegada a la mía, jadeando y
llevando un ritmo lento y cadente. Me obligaba a cabalgarle agarrando mi
trasero. Guiándome en una danza tremendamente sensual. Perdí el control y el
contacto con la realidad. Me arqueaba y agarraba a la puerta y seguía moviéndome.
Y suavemente llegó el orgasmo. Que se alargó tanto que perdí la noción del
tiempo. Era como si hubiera estado soñando. Viéndome aturdida, aún, me levantó,
me vistió y me sacó del baño, a toda prisa, mientras un par de señoras nos miraban
escandalizadas junto al secador de manos.
Al
llegar a la mesa, estaba la cuenta. Pagó mientras yo permanecía de pie,
alucinada. En volandas me empujó hasta su coche. Subimos a su habitación en el hotel,
bajo la inquisidora mirada de un viejo recepcionista. Y al llegar a la habitación me lanzó al
suelo, rodamos y ya nos perdimos durante horas, el uno en el otro.
Se ha
marchado a por el desayuno. Espero que vuelva. Si. Lo espero. Llevaba toda la
vida esperándolo.
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