lunes, 8 de abril de 2013

DULCEMENTE RETORCIDA


Entre la  elegante burguesía de la Europa Oriental se estilaban unos exquisitos gustos por lo perverso. A mediados del siglo XIX en la vieja Moldavia eran muy comunes las relaciones extramaritales en las fiestas de sociedad. Entre lo más nutrido de las familias mas acomodadas de  Tighina  eran conocidos los gustos perversos de la dulce y retorcida Ludmila Petruscu. Ella no pasaba inadvertida en esas fiestas secretas. Solía extralimitarse con sus desdichados acompañantes. Pero nadie conocía su más intimo y cruel secreto. Ese por el que se había convertido en la mujer despiadada que era ahora.

Una de tantas tardes de verano de 1838 una jovencita y vital Ludmila acudió, como cada día, con unas amigas a bañarse a las orillas del Dniéster. Alli se reunía un grupo de jovenes burgueses adolescentes con apetitos carnales. Ludmila llevaba un largo vestido que con el suave tacto del agua marcaba sus prominentes curvas de mujer. Le avergonzaba ser una chica más desarrollada de lo habitual y se tapaba avergonzada sus marcados pezones. Se tumbaba en las mantas boca acabo para secarse. Quería pasar desapercibida, pero su cuerpo la delataba por donde quiera que iba. Hasta que él posó sus ojos en ella. Desde un banco del concurrido paseo, el joven conde Vasile Marinutsa la observaba, como un depredador al acecho. Analizando los movimientos de su nueva victima. Llevaba unas extrañas y siniestras lentes oscuras y, pese al calor y la humedad de esas tardes, cubría su cuerpo con toda clase de ropajes y capas. Las chicas se apresuraron en irse, cuando el sol comenzaba a entibiarse. Ludmila se quedó rezagada, luchando con sus rebeldes enaguas. Subió las escaleras que daban al paseo y, prácticamente, se dió de bruces con Vasile. Ella se apresuró a disculparse y a él le pareció un gesto tan tierno y conmovedor que esbosó una siniestra sonrisa. Ella quedó paralizada. Acercándose al oido, él le susurró:

- Mirando a los ojos de un hombre atentamente, pequeña, podrás averiguar sus intenciones al instante- y diciendo esto se quitó las oscuras lentes y la miró fijamente.

Ludmila se estremeció al ver aquellos ojos verde esmeralda, con un aro de fuego alrededor. Pero se sintió atraida, irrefrenablemente, por ese desconocido.
Vasile se conocía todo los trucos para embaucar a sus presas. Su mirada encendía su fuego interno y la victima no podía hacer otra cosa que entregarse, sin resistencia.
Sin saber ni como ni donde, Ludmila se encontró en un cuarto, tumbada y semidesnuda en una cama con un elegante dorsel. La tenua luz de la mañana le acariciaba las mejillas. No recordaba como había llegado alli. Tan sólo recordaba un extraño sueño. Se veía a si misma, desnuda, sensualmente abierta sobre aquel desconocido de la playa y con las piernas a cada lado de sus caderas. Retorciondose y balanceándose salvajemente poseida. Él desconocido metía sus dedos en su boca y ella se los chupaba, avariciosa. Con la otra mano le pellizcaba los pezones, los estrujaba. Ella subía y bajaba viendo como el miembro la llenaba desde atrás mientras ella jugaba con su clitoris compulsivamente. Introduciéndo sus dedos abandonada al placer.  Esa imagen hacía que el rubor acudiera a sus mejillas mientras que su sexo se humedecía, vergonzosamente, descontrolado. Miró hacia la puerta cuando escuchó unos pasos acercándose. Se cubrió, timidamente, los pechos desnudos con las sabanas, mientras el corazón se agitaba  y amenazaba con salirse por la boca. La puerta se abrió y alli estaba aquel extraño del rio, otra vez. Llevaba una bandeja, con lo que parecía un copioso desayuno. A ella le rugieron las tripas y el hambre atenazaba su cordura. Vasile le sonrió y con un gesto compasivo le dijo:
- Dulce Ludmila, debes reponer fuerzas para mi. No me servirás de mucho débil y flacucha cariño.
Ludmila contuvo el aliento, pero sacó fuerzas para instigarlo:

- ¿Quién es usted?. ¿Por que me tiene aqui, retenida?. ¿ Por qué no me están buscando mis padres o la policia?.
- Te dan por muerta, Ludmila. Todos creen que caistes del puente de los comerciantes y que al caer te golpeastes y te arrastro la corriente del rio. Todavía, te buscan, inutilmente. Ya no tienes a nadie, eres para mi. Anoche me complacistes tan bien. Mi dulce y retorcida Ludmila. Tan joven y tan experta amazona...
Ludmila sacó fuerzas y luchó por escapar, arrastrando la bandeja y su contenido con ella. Pero él la atrapó, desde atrás. Apresando su cuello con sus duras y expertas manos. Unos segundos y Ludmila estaba relajada y sumisa. Le apartó el pelo y la mordió, en el mismo lugar que lo había hecho la noche anterior. Ludmila, jadeaba y gemía de placer, sin control sobre si misma. Vasile deslizó una mano por sus pechos y la bajó, lentamente hacia su sexo. Le levantó las enaguas y posó su fría mano sobre su sexo. Comenzó a frotarla mientras continuaba saciando su sed. Ella buscaba su mano, sedienta de placer. Él sonreía entre dientes, con la sangre escapapándose por la comisura de los labios. Introdujo  los dedos en el interior de ella. Consiguió que se arqueara y le agarrara el pelo, violentamente. Él se dejó hacer. Pero, sutilmente, la fue llevando a la cama. La empujó boca abajo contra el colchón, le agarró los brazos por encima de su cabeza. Le arrancó las enaguas y la sodomizó brutalmente. Pero Ludmila ya no era una frágil y miedosa muchacha. Era una animal en celo que gritaba y jadeaba salvajemente. Soltando toda clase de barbaridades poco dignas de una jovencita de su clase.
- Anoche, al principio, no te gustaba cuando te subi sobre mi, abierta. Te poseía por detras mientras tu sexo me recreaba la vista, mientras te tocabas lujuriosamente para mi. Eres una caja de sorpresas pequeña Ludmila. ¿Qué más tienes para mi?- le jadeó asquerosamente al oido.

Ludmila se abrió más, se colocó a 4 patas y comenzó a tocarse ella sola, mientras él continuaba sodomizándola atrapando su pelo entre las manos. Embistíendola sin compasión hasta llegar al orgasmo. Le apartó las manos y continuó masturbándola mientras la continuaba penetrando. Hasta que la llevó al extasis, a la locura. Cayeron, desvanecidos, sobre la cama. El uno junto al otro, sudando y resoplando como potros salvajes. Él se giró boca arriba, con una sonrisa triunfal:

- Mia, sólo mía Ludmila. Serás mía para siempre. ¡ Que suerte haberte encontrado, preciosa!...

Comenzó a reir a carcajadas hasta que sintió algo punzante y frío en las costillas. Se agarró el cuello, luchando por respirar. Pero él no respiraba, hacía mas de medio siglo que ya no pertenecía a este mundo. Miró hacía la ventana y la silueta de Ludmila se avalanzaba sobre él. Tapándo la luz que entraba por las ventanas. Sus ojos estaban inyectados en sangre.

- Gracias por los cubiertos de plata, maldito bastardo sibarita. Gracias por los consejos. Ahora se que ningún hombre volverá a doblegarme jamás. Porque si he acabado con un monstruo, cualquier hombre será arcilla moldeable entre mis manos... Y ahora... ¡ Vete al infierno animal!!

El cuerpo de Vasile Marinutsa yacía inerte en la cama, rodeado por un gran charco de sangre.
Ludmila desayunaba con las manos ensangrentadas Pelmenis rellenos de dulce de guindas, su favorito. Mezclando la salsa con la sangre de Vasile, sin ningún atisbo de remordimiento. Ese día Ludmila Petruscu pasó de ser una inocente victima a la verdugo más temida de todas las regiones rumanas. Así como se ganó apelativo de la"concubina del Vlad el empalador".