domingo, 29 de julio de 2012

LA PUERTA AL FINAL DEL PASILLO

A tientas llegó al final del pasillo. Todo estaba oscuro. La negra espesura lo inundaba todo. Con el corazón en la boca, giró el pomo de la puerta, esperando lo peor. Cerró los ojos, tomó aire y la abrió. Sólo un fuego en la chimenea que hacía crugir los troncos y la sombra de su propio cuerpo como un fantasma, ascendiendo y descendiendo siguiendo el ritmo de las llamaradas del hogar. Cerró la puerta tras de si. La atrabancó con todos los muebles que pudo y se acercó al fuego, en busca de calor. Hasta ese momento no había comenzado a temblar, no había notado el frío. Guardó silencio, apenas respiraba. Tenía miedo que cualquier ruido la delatara. Sólo le quedaba esperar. Sentada esperando su destino. Allí y en ese preciso instante todo cobró sentido. Se sintió tranquila. Comenzó a entrar en calor y dejó de temblar. Se hizo un ovillo en el suelo desnudo de aquel cuarto. Le pesaban los ojos. No le importaba morir. Sólo pedía estar dormida cuando sucediera. Sólo eso deseaba. Los parpados se le cerraron, lentamente, al compás de su corazón. Escuchó, lejanos, unos pasos que se acercaban por el pasillo. De pronto, ya no escuchó nada. Ni el giro del pomo de la puerta, ni los muebles siendo arrastrados por alguien que poseía una fuerza descomunal. Se sumió en un profundo y dulce sueño cuando un golpe seco se estrelló contra su cabeza. Y luego...nada.