domingo, 14 de julio de 2013

PROTEGIDOS

Ariel yacía en el suelo. Apesadumbrada y ,aún, en shock por el impacto de los acontecimientos. Nada le había hecho presagiar que todo cambiaría esa noche. Después de tanto tiempo.
Lleva casi medio milenio dedicada a su cometido. Aquello le había llegado de manera casual. Un día salía del convento a las afueras  de Rotterdam, Dordrecht. Hasta ese momento se había llamado Jetta Brouwer. Se preparaba para ser novicia y ultimaba los preparativos para tan importante acontecimiento. Pero al pasar cerca del rio, enfrascada en sus pensamientos, no reparó en la presencia de dos hombres que se apoyaban en unos barriles junto a uno de los barcos atracados en la orilla. No se percató, a tiempo, de un brazo que la atrapó y otro que le tapó la boca. Todo ocurrió tan deprisa, que el sonido de la ropa haciéndose trizas, los asquerosos jadeos y el amortiguado sonido de una navaja desgarrandole el cuello eran un vago recuerdo, un mal sueño. Jetta pensó que iba a despertar en cualquier momento. Hasta que se vió, a si misma, semidesnuda, ultrajada, rodeada de un gran charco de sangre tras unas redes y aparejos de pesca. Aterrada gritaba, pero ningún sonido salía de su garganta. Y comenzó a llorar, desconsoladamente. Sus quejidos y lamentos tuvieron respuesta en forma de luz cegadora y un calor insoportable en el pecho. Una voz trató de tranquilizarla y se vió envuelta en una paz y serenidad que hasta ese momento nunca había experimentado. Sintió una fuerza poderosa a su espalda y no fue hasta que un suave viento agitó las velas del barco que se hallaba a sus pies que fue consciente de que le habían aparecido unas alas a la espalda. Todo era extraño y abrumador, pero no estaba asustada. Sabía bien lo que tenía que hacer. Lo había sabido siempre.  Se le dió el privilegio de elegir un nuevo nombre. Ella escogió el de Ariel.
Desde ese momento la tarea encomendada era velar por una o dos vidas cada siglo. Con el tiempo la tarea se centró en una vida. El paso de los siglos alargaba la vida de sus protegidos. No fue hasta el siglo XX, durante la Segunda Guerra Mundial que perdió la batalla para salvaguardar la vida de un joven francés llamado Arnaud Depoux. Había cometido el grave error de enamorarse de él. Y bajó la guardía, no vió venir el proyectil procedente de un obus en dirección a la iglesia en ruinas donde se había refugiado el batallón de Arnaud. Y con el pesar, aún, agitándose en su maltrecho pecho se vió transportada, inconscientemente, a las afueras de Berlín. El regordete y pelirrojo Gerard había nacido por cesarea. Su madre no había podido empujar para expulsar, de su fragil cuerpo, a un bebé de más de 5 kilos. La cesarea llegó tras los intentos, fallidos, de los médicos por recuperar el pulso de la madre tras desangrarse con una sorpresiva hemorragia. Gerard Weger quedó absolutamente huerfano en ese momento, pues no había constancia de quien era el padre. Su nombre se lo llevó su madre a la tumba. Ariel posó sus, aún, llorosos ojos en aquella hermosa criatura y el dolor de su pecho desapareció al instante.
Los últimos años del siglo pasaron rápidamente y Ariel temía que la timidez y el caracter taciturno de Gerard se convirtieran en un lastre para encontrar a su alma gemela. Se aislaba de la gente que le rodeaba. Un cincuentón académicamente preparado, un exquisito maestro en la cama y un completo desastre en relaciones amorosas. Ariel se esforzaba en atravesar esa coraza en el corazón del solitario Gerard. Y pensó que quizás ese era su destino. No había nada escrito de como tenía que ser su vida. Había nacido sólo y tal vez moriría sólo. Tal vez... 
El 31 de Diciembre de 1999 la vida del protegido de Ariel cambiaría para siempre. Había aceptado, a regañadientes, empezar el nuevo milenio en la fiesta de un ingeniero, compañero de trabajo. Éste se había propuesto acabar con la soltería de su solitario compañero. Gerard forzaba una sonrisa cada vez que Herman le presentaba a una nueva "candidata". Llevaba dos horas viendo rostros femeninos que no le decían nada, no le trasmitían nada. En un descuido de Herman Gerard se escapó a la terraza del loft. Dejó que el aire helado de Dusserldorf lo envolviera. Se quedó ensimismado contemplando la austera decoración navideña de la ciudad. Y se lamentó de no vivir en un pais más alegre. Cada vez que regresaba de sus vacaciones anuales a España le invadía una extraña sensación de vacio. Disfrutaba del carácter alegre y espóntaneo de los españoles. Envuelto en sus pensamientos no se percató de que estaba siendo observado. No fue hasta que olió el aroma del tabaco que se percató de la presencia de una mujer en la otra punta de la terraza.
- Buenas noches, discúlpeme que no le haya advertido de mi presencia, pero hasta hace unos segundos no me había dado cuenta de que alguien había salido aqui afuera. Estaba tan absorta en mis pensamientos que no le habia visto- su acento no era alemán y su aspecto tampoco. Media melena rizada oscura, metro sesenta de altura no se correspondían con la media de las numerosas mujeres que había visto en la fiesta.

- Yo tampoco la había visto, así que estamos en paz, no se preocupe. Me iré para que pueda continuar fumando tranquilamente. La intimidad de uno es sagrada.
- No por favor. Me hara sentir mal. No es mi intención reprocharle nada. La terraza es lo bastante grande para los dos. Además creo que 4 grados bajo cero no es una temperatura muy agradable para permancer tanto tiempo a la intemperie- la carcajada de ella produjo en Gerard una agradable sensación cálida...
- Me llamó Azucena, Azucena Vidal. Soy amiga de Mette, la mujer de Herman. Perdone por no haberme presentado antes.
- Gerard Weger, compañero de Herman en la fábrica.Y me va a disculpar pero no puedo soportar el frio y voy a tener que privarle de mi compañía.
- Creo que haré lo mismo que usted. Aunque el clima en Teruel es similar a este, mis huesos no se acostumbran a este tiempo.
Sin darse cuenta, Gerard pasó el resto de la velada y el primer dia de año y siglo nuevo con una desconocida con la que se encontraba, inusualmente, cómodo. Ariel, que había sido testigo del encuentro y de la velada, no daba crédito a lo que estaba ocurriendo y un rayo de esperanza se instaló en su sufrido corazón. Todos esos años de vigilia y de cuidados no la habían endurecido lo suficiente. No podía evitar implicarse emocionalmente con sus protegidos, pese a los reproches de sus compañeros.
Azucena y su grupo de amigos se despidieron y Gerard, no perdió la oportunidad de pedirle su numero de teléfono. Ariel tuvo un presentimiento y, por primera vez en 55 años, dejó a solas a Gerard para seguirla a ella y a su grupo. Iban todos, alegres y despreocupados, por las heladas calles de Dusserldorf en busca de los coches. Azucena vió en la acera de enfrente a un perro, hecho un ovillo, junto a un coche. Parecía perdido.  Cruzó la calle decidida y cuando estaba junto al perro, éste se asustó y echó a correr en dirección a la carretera. Un coche que pasaba a gran velocidad estuvo a punto de atropellarlo pero, afortunadamente, Azucena reaccionó a tiempo y lo evitó. El grito de Ariel heló, aún más, las frias calles. El cuerpo casi sin vida de Azucena yacía junto un coche. Los gritos de sus compañeros y llantos alertaron a los vecinos. Desde lejos Gerard vió el tumulto y se acercó a averiguar que sucedía. Ariel sintió como si alguien le arrancara las alas. El dolor la dobló, la desgarró por dentro, desde las entrañas y comenzó a notar el frío de la calle. En 522 años no había vuelto a saber que era el frío. Sintió una mano que le acariciaba la cara y otra que le apretaba una mano. Sintió ganas de volar pero no podía.
- Está respirando- dijo alguien acercando el rostro junto a su boca.
"¿Cómo es que pueden verme?. Nadie puede verme.Ellos me lo aseguraron.Nadie me puede tocar. Soy invisible a sus ojos. No puedo materializarme, es imposible. Y este frío, quiero que pare.
Gerard no se separó de ella hasta que llegó la ambulancia. Ariel trató de hablar pero una fuerza le impedía articular palabra. Y cayó en un profundo sueño. Pasó un mes en coma y durante todo ese tiempo Gerard la iba a visitar, cada día. Ariel escuchaba todas las cosas que éste le contaba. Sus secretos más ocultos se los desveló, sin saber que ella ya conocía todo de él. Y comenzó a mirar a Gerard con otros ojos. Echaba de menos sus alas, pero agradecía, profundamente, poder sentir el tacto de las personas que la atendían y cuidaban. El tacto de los familiares que la visitaban. El tacto de Gerard. Su olor. Y cayó en la cuenta de que ya no tendría que cuidar de Gerard. Que le habían robado sus alas. Que tendría que volver a empezar de nuevo. Y que no podría hacerlo sóla. Despertó angustiada sin poder moverse, ni articular palabra. Los médicos le dijeron que tuviera paciencia. Una pierna rota y dos costillas casi cicatrizadas no eran nada comparado con los daños que podría haber sufrido su cabeza. Pero parecía intacta. Al cabo de unas semanas sus primeras palabras fueron hacia Gerard:
- No se como podré agradecerte todo lo que has hecho por mi Gerard- dijo timidamente, sorprendida al oir su nueva voz.
- Gracias a ti por salvarme.  Gracias por rescatarme de mi soledad... Azucena...