martes, 12 de febrero de 2013

EN EL FILO DEL ANDÉN


Pablo me espera en el sitio acordado. Se que esta nervioso. Puedo notarlo por como estruja sus manos la una contra la otra. Esta pálido, sudoroso. Algo no anda bien.

Me acerco a besarlo pero, violento, aparta sus labios. Es entonces cuando lo se. Cuando todos los gestos, todos los extraños detalles de las últimas semanas, cobran sentido. Me pide que lo acompañe. Acabamos sentados en un banco de una pequeña plaza, cerca de la estación de tren. Y comienza a hablar, con el silbido y traqueteo de los cercanías entrando y saliendo, de fondo. Veo sus labios moverse, pero no entiendo nada. No me hace falta. Lo se todo. Se echa manos a la cara, emocionado, aparentemente. Y se vuelve a mirarme, esperando mi reacción. Pero esta no llega. Me levanto y comienzo a caminar sin mirar atrás. Se que si vuelvo a ver su rostro, correré a suplicarle, a mendigar su amor. Pero no me ama, tengo que afrontarlo. Oígo sus gritos de fondo, lejanos y confusos. Pero ¿por qué no me deja en paz?. ¿Por qué me hace sentir culpable?. Oigo más gritos, más gente chillando. Pero voy absorta en mis pensamientos. Un agudo pitido. Mi mundo se desequilibra y caigo del andén sobre una de las vias. Todos gritan, aterrados, pero yo estoy sedada, anestesiada de dolor. Todo me da igual. Nada importa ya. Pero alguien tira de mis brazos y me eleva hacia el andén. El tren pasa como un rayo. Y todos respiran aliviados. No distingo los rostros, son copias de otras copias.  Una señora me abanica y otra persona, no se si hombre o mujer, me coloca algo bajo el cuello. Alguien me coge de la mano, y me toma el pulso. 
Y en medio de todos esos desconocidos, comienzo a llorar. Al principio son unas pequeñas lágrimas, pero luego me convierto en un manantial. He visto pasar toda mi vida ante mis ojos y no me gustado nada de lo que he visto. He estado perdiendo tanto el tiempo con gente absurda, con cosas estúpidas y vacias. ¿Qué diablos he hecho con mi vida?.
Mientras seco mis lagrimas, torpemente, con las mangas de mi jersey Pablo se acerca, dubitativo, nervioso. Trata de llamar mi atención:
- Gabriela, Gabriela...
Entonces recuerdo que alguien me ha sacado de las vias. Pregunto a los que me rodean y señalan al final del andén un joven vigilante, trata de convencer a unos crios de que se retiren del borde.
Me levanto, con sumo cuidado, para no marearme y me acerco hacia él. Pablo, me sigue diciendo mi nombre como un mantra: Gabriela, Gabriela...
Pero Gabriela ya no existe mas. Ahora es simblemente Gaby. La pequeña e ingenua Gaby al que un día, en la feria del pueblo, una gitana, le vaticinó que el hombre de su vida la salvaría. Temblando de la emoción me acerco al vigilante. Me ve llegar y corre hacia mi agarrándome del brazo, pensando en que aún sigo conmocionada.  Trato de explicarle que estoy bien, pero él insiste en que me siente. Y comienza a hablarme, para tranquilizarme. Me hace algunas bromas y descubro en su rostro una pequeña cicatriz bajo el labio. Miro los surcos graciosos que se le forman en la comisura de su boca. Me recreo en esa cejas pobladas y divertidamente revueltas. Él contínua preguntándome cosas. Se ofrece a llevarme a casa, está a punto de acabar su turno. Nos levantamos, los demás ya se han ido. Tan sólo Pablo, unos bancos más allá, nos mira asombrados. Hace un ademán de hablar, pero al mirarme sabe que sobran las palabras. Se da la vuelta y comienza andar. En el último segundo le grito: 
¡Gracias por salvarme, Pablo! 
Y mientros le veo alejarse unas ultimas lagrimas, resbalan por mi cara... 

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