lunes, 4 de marzo de 2013

EL LIENZO


Desde la noche a la mañana. Se pasaban el dia discutiendo, pero se adoraban. Habia entre ellos una química muy especial. Dificil de describir. A veces colegas, otras amantes. Nunca habia indiferencia. Ella llevaba unos días maquinando algo. Él la observaba intrigado. Sabía de su capacidad de inventiva. Pero pasados unos días entre el trabajo y los compromisos sociales, se distrajo del objetivo. Vivía por y para el trabajo. A veces, ella, se sentía sóla. Pero, aún así, ideó a la perfección un plan de seducción. Para volver a conquistarlo.

Compró un  enorme rollo de papel  continuo marrón. Pinturas para pintar a mano. Dos botellas de vino tinto y una caja de condones. Su cara radiaba satisfacción. Se sumergió en un baño de espuma estrenando la primera botella de vino. Relajada y segura de si misma, acariciaba su piel con el  suave cosquilleo de la espuma. El contacto del agua caliente entre sus muslos la excitó. Y comenzó a tocarse. Primero los pechos, los pezones. Bajando a su pubis. Titubeante comenzó a tocar su clitoris y comenzó a masturbarse perdiendo el control. Consciente de que estaba al borde del orgasmo se contubo. Quería reservarse para él. Salió de la bañera y se dispuso a preparar la sorpresa. Pero al cabo de un rato recibió una llamada inesperada. Él se retrasaría, le había surgido una cena de negocios de última hora. A ella se le cayó el alma al suelo. Se tumbo en el sofá desnuda y decidió acabar con el resto de la botella de vino que le quedaba.
La venció el sueño, cansada ya de esperar.  Unos golpes en la puerta la despertaron. Se asomó a la mirilla, pero no reconocía al extraño. Éste volvió a golpear con más fuerzas, haciendo que ella diera un respingo. Preguntó que quería. Él contestó que traía el pedido. Alguien había pedido comida tailandesa a domicilio. Ellas sospechó de quien se trataba. Instó al repartidor a que esperara unos minutos y pilló la bata de seda que tenía tras la puerta del baño. Recordó que no tenía demasiado dinero en la cartera. Preguntó, tras la puerta, por la cuenta. El repartidor le aseguró que todo estaba pagado.  Al instante abrió la puerta y descubrió a un tio con pinta de friki y pocas luces. Pero ¡qué demonios! era endemoniadamente atractivo. Sintió un brutal latigazo entre sus piernas. Pero a la vez se avergonzó de tener esos deseos. Sus pezones la delataron y el repartidor sonrió satisfecho de si mismo. Parecía tener controlado todo lo que se referia al personal femenino. 

- Puedes dejar las bolsas sobre la mesa, gracias- indicó ella nerviosa cruzando, torpemente, los brazos delante del pecho, sabiendo la vida propia de sus pezones.
- Tienes una casa muy chula- le dijo él, paseándose como un lobo a la caza por el apartamento- ¿Eres artista o algo así? , ¿son tus cuadros?...
- Si, soy pintora y diseñadora de interiores...gracias por todo. Has sido muy amable. Ya puedes irte.
Él la miró lascivo, relamiéndose el labio, y se dió cuenta del papel contínuo marrón que cubría una de las paredes del fondo. Vió los botes de pintura...
- ¿Puedo?- dijo metiendo su mano en uno de los botes.
- Claro, pero podrías mancharte el uniforme- titubeó ella.
- Mmmm... me gusta la sensación de la pintura caliente en mi mano. ¿Pintas así o te he pillado preparando una pequeña fiesta?- dijo mirando con picardía la botella de vino y la copa junto al sillón. 
A esas alturas ella empezó a deseperarse y a preocuparse.
- Te estarán esperando para seguir repartiendo, supongo. Gracias por las molestias.
- No hay prisa. He terminado mi turno hace media hora. Esto era un favor a mi compañero. Y al final, parece que el favor me lo ha hecho él a mi. 
Pasó la mano por el papel dejando un rastro de pintura roja a su paso. Se giró y se acercó a ella como un gato salvaje a punto de atacar. Ella estaba petrificada. No podía moverse. Le acarició los labios, pintándoselos. Ella dejó escapar un gemido. Y él aprovechó para besarla.
- A una chica como tú no se la hace esperar... Se la trata como una reina...
Aferró la otra mano a su cadera, y continuó pintando su rostro mientras la besaba lenta y profundamente. Ella se dejó llevar en el momento que notó su erección luchando por escapar de sus pantalones. Despojándola de la bata, contínuo paseando su mano por el resto del cuerpo de ella. Dejando a su paso un reguero de pintura. Utilizando su cuerpo como lienzo. La empujó hacia el papel. Metió la mano de nuevo en pintura, esta vez azul y acarició sus pechos. Pellizcando sus erectos pezones. Ella permanecía de pie, ensimismada. Aprovechando la incertidumbre de ella, se despojó de la ropa. Quedó desnudo frente a ella. Y comenzó a pintar su cuerpo. El rojo fue el que escogio para cubrir su pene. Ella le ayudaba, completamente ida. Descontrolada. Tal vez era el vino, o era el malestar de ser relegada a un lugar secundario en las prioridades de su pareja. Pero ella moría por vibrar en los brazos de ese extraño. Se agachó y comenzó a jugar con el miembro de él. La pintura iba cubriendo sus pechos, su cuello y su boca. Él pintó su pelo de amarillo al agarrarle el rostro y la cabeza. Guiándola a su erección.  Los cuerpos se frotaban contra el papel dejando una hermosa danza erótica por el lienzo improvisado. Sacó el pene de su boca. La levantó y empujó contra el papel, levantándole la pierna para llegar mas profundamente a la entrada de su vagina. Sin previo aviso introdujo su miembro, latiendo, de golpe. Ella jadeaba nerviosa, inquieta. Con el miedo a ser pillados en cualquier momento. Rezando para que la puerta no se abriera. 
Pero... ¡oh! ¡Dios mío! era tan increiblemente erótico ese momento. Sólo quería abandonarse. Se arqueó para acercar sus pechos a la boca de él. Para disfrutar de esa boca perversa. Cada vez más rápido, más fuerte. Entraba y salía de ella una y otra vez. Él empezó a sentir que le venía, que iba a irse. Pero apuró hasta hacerla llegar a ella al orgasmo. La reacción de ella desencadenó el suyo y sólo tuvo tiempo de salir y llenar la pared con su semen. Acabando así la obra que habían improvisado en el papel. Permanecieron de pie. Uno pegado al otro, jadeando y sudorosos. Él tomó la iniciativa y le acarició el rostro. Y comenzó a besarla delicadamente para alejarse a recoger su ropa del suelo. Comenzo a vestirse mientras la observaba a ella, apoyada en la pared, entregada. La cubrió con la bata. La volvió a besar. Y antes de alejarse le dijo al oido, susurrando:
- Te lo compro y me lo llevo... el cuadro- dijo señalando a la pared.
- ¿Por qué?- preguntó ella dubitativa.
- Porque no quiero que se me olvide jamás este momento.  
   
 

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