miércoles, 9 de enero de 2013

LA ÚLTIMA PRINCESA DE DAMASCO.

No fue hasta su último aliento,cuando me regaló su preciosa sonrisa. Sus apagados ojos, cerraron los párpados lentamente. Hasta parecer dos finas líneas dibujadas con carboncillo. Coqueta hasta el final. Había pedido que le trajeran aquel perfume que compramos por las calles del mercado de Damasco. Le recordaban a su niñez. Habían pasado más de 550 años y Ghada conservaba, en su rostro, el ambarino tono dorado de oriente. Fue mi madre, mi hermana, mi compañera. La que me lo enseñó todo. Y ahora, en unos segundos todo se ha acabado. ¿Quién me acompañará, por el resto de la eternidad?. ¿Con quién compartiré los exquisitos manjares que nos brindaban la acomodada burguesía lisboeta?. Solía divertirnos su acento y el marcado sabor afrutado de su sangre. Ella solía decirme que beber de un lisboeta era como saborear un fino y dulce Oporto. ¿Qué haré yo sin ella?.  
Aún resuena, en mi mente, aquella triste melodía que tarareabas mientras paseábamos por las oscuras calles, en la madrugada. Mi dulce Ghada. La última princesa de Damasco...

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