viernes, 9 de noviembre de 2012

MIEDO



Le bastó con unos segundos de melancolía para darse cuenta de las consecuencias. Nunca se había permitido mostrar, abiertamente, ante los demás sus sentimientos. Pero aquel brillo apagado en sus ojos la delataba. A cientos de kilometros, la delataba. Y no hubo lugar donde esconderse, donde huir. Agachó la cabeza y continuo andando hasta llegar al portal de su casa. Él, disimuladamente, la siguió con la mirada. Porque se moría de curiosidad por ver más allá de las pequeñas ventanas de sus ojos. Quería descubrir todos sus pasadizos secretos, quebrar todas esas puertas cerradas a cal y canto. Pero no se atrevía. No daba el paso...
Y así se quedaron. Ella triste, solitaria y melancólica. Y él un soñador, tímido y cobarde. Sufriendo, en sus propias carnes, la cara más amarga del amor: el miedo.

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